Misterios masculinos

Misterios masculinos

Hace días (tal vez años) que me fijo en ese gesto de los hombres de cierta edad de caminar con las manos cogidas en la espalda. No es la primera vez que fotografío esa imagen, intuyo que no será la última. Como tampoco será el último hombre solo que me cruce en el camino preguntándome si alguno de ellos tiene una cómplice que le espera pacientemente (en todos los sentidos) con sonrisa lobuna, sabedora en su interior que sus pasos perdidos y sus manos estrechadas en la espalda tienen un sentido ilógico y secreto que sólo ellos entienden.

Cazando

Cazando

Te veo venir de lejos. Caminas con pasos seguros, pareces saber hacia donde vas. Y eso activa mis alarmas de cazadora de imágenes, porque precisamente yo carezco de esa certeza. Acaricio la cámara, te encuadro, enfoco, regulo los parámetros con un automatismo que me sorprende. Y ahí estás, vistes y hueles a blanco y negro. Te ajusto la exposición con miedo y eso hace aparecer una sonrisa imperceptible. Sigues caminando ajeno a que voy a incluirte entre mi colección de emociones congeladas para recalentarte con la calma con la que ardía el carbón de las viejas cocinas. El tiempo parece haberse detenido. Estamos solos tú y yo, frente a frente y sé que sólo tengo una oportunidad. Adoro el sonido del disparo único, de francotiradora. Te tengo. No me hace falta mirar el resultado ni girarme para verte, Stevie Wonder suena cómplice en mis auriculares para confirmarme: «here i am baby: signed, delivered, i’m yours

Esperando lo imposible

Esperando lo imposible

Conocí a un hombre que cada mañana iba (a la misma hora de la mañana) al mismo punto de la playa.
Los 365 días.

Tenía unos 80 años cuando nos conocimos y era (¿es?) un actor retirado. Con los años y a base de castings y rodajes ganamos una relativa confianza, hasta el punto que me atreví a preguntarle porqué iba cada día a ese punto concreto (yo creía que por ejercicio, un punto de yoga, algo así).

Me miró a los ojos y me dijo que en 1938 fue ahí, una mañana en plena guerra, donde vio por última vez a su madre y a sus hermanas. Durante los primeros años iba a diario con la esperanza infantil de reencontrarlas. Después esa peregrinación frente al mar se hizo densa, un homenaje con una esperanza casi perdida, el minuto del día dedicado sólo a ellas en la vorágine de su rutina de las que no formaban ni formarían jamás parte.

Corazón coraza

Corazón coraza

¿Y si tu corazón fuera sólo aumentativo de coraza?
Hace un tiempo leí que la micropoesía es poesía instantánea, poesía urgente, poesía con mucha prisa. Un arma cargada de pasado imperfecto, muy imperfecto… combinada con la expresión de arte urbano (alguien armado de palabras y un spray regalándonos su caligrafía) me parece algo tan efímero como directo, tan sutil como conmovedor. Y sin pretenderlo (o precisamente con ese objetivo) se cruza inesperadamente con tus pensamientos, sacudiéndote por un instante, removiéndote melancólicamente a los fantasmas que intentas que no te traspasen la coraza ni (especialmente) el corazón.

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