Poesía de lo cotidiano

Poesía de lo cotidiano

Imágenes que tienen una poesía oculta, la invisible poesía del mundo, tal vez escrita para ti, que estás leyendo esto, después de un tiempo indefinido corriendo de un lugar a otro sin encontrarle un sentido a esta existencia. Pocos a menudo son capaces de detenerse a observar esa belleza, esa entera vida que existe detrás de las cosas, de la coreografía perdida de dos bolsas de basura desafiando la gravedad, entregando su sonido plástico al momento antes de que estalle la lluvia… Mientras otra permanece inmóvil, luchando por volar y unirse a ese frenesí. Podemos pasarnos años enteros de nuestra vida sin ver la belleza de las cosas cotidianas y, de repente a la vuelta de la esquina, el día que te parecería más extraño, enfocando tu vista de un modo determinado es posible que acabes descubriéndola en el más inesperado lugar.

Esperanza III

Esperanza III

Ahí estaban, juntos, al fin, pegados el uno a la otra. Poco importaba ya qué rocambolescas situaciones habían hecho coincidir sus caminos una vez más. Se vieron. Se reconocieron y sonrieron como si acabarán de aprender a hacerlo y no supieran parar. Ella no le preguntó porqué no la había llamado, al final se habían encontrado en la sección de objetos perdidos del metro. Ella había perdido su paraguas, Él le dijo que su Esperanza. En los años venideros Él no le recriminó nada sobre su número inexistente, como desde aquel día tampoco le preguntaría porqué cuando le decía tartamudeando «mira a la derecha» ella miraba hacia la izquierda. Descubrieron tarde que además compartían otra peculiaridad común al margen de quererse… Fue el día en que tuvieron que desactivar una bomba y eligieron el cable rojo. Su daltonismo compartido les llevó a la mayor explosión de luz posible: la de estar juntos.

Esperanza II

Esperanza II

Sólo llovió durante unos minutos esa tarde.
Todo estaba programado para que aquella gota de agua cayera sobre su pestaña izquierda mientras paseaba, le hiciera detenerse unos segundos, cruzárselo de frente y que la vida de ambos cambiase para siempre. Pero el Destino no había contado con que ella fuese mujer prevenida: la flecha líquida disparada por los dioses se precipitó contra el plástico aséptico del paraguas, abierto fatalmente para que ninguno de los dos supiera que aquel día debía ser el primero del resto de sus vidas.

Esperanza no se detuvo a secarse la lágrima de lluvia, él no le sonrió con la complicidad del reencuentro. Ambos, eso si, se preguntaron a lo largo de ese día lo que hacia ya semanas que les torturaba; porqué su Esperanza de besos y complicidades se había convertido en un número falso e inexistente. Y porqué aquel hombre en cuya mirada tartamuda había confiado no había llamado nunca. Evaporado su rastro del paraguas, la gota de lluvia reemprendió su vuelo gaseoso en busca de una nueva misión tal vez más exitosa. Al fin y al cabo dicen que a todos les sienta bien que lluevan pequeños milagros

Esperanza I

Esperanza I

Durante una semana había dudado si llamarla. Se habían conocido en un bar de copas, compartido una noche llena de sonrisas que acabó en besos y una servilleta con un número escrito junto a un nombre: Esperanza. Cada vez que Él había fantaseado con llamarla los matices de un futuro encuentro habían adquirido más fuerza hasta hacerle sentir un adolescente hiper hormonado. Aquella noche por fin se decidió a marcar su número. Tal vez era el alcohol, la primavera, el recuerdo de su olor, su voz femenina diciendo que le encantaba su tartamudez o todo eso junto. ¿Sería capaz de decir algo coherente? Aguantó la respiración hasta que una voz aséptica le informó que «El número marcado no existe».

– «¡Maldita Esperanza!» – bramó sin atrancarse en una sola sílaba.

Al otro lado de la ciudad, ajena a todo, Ella y su dislexia soñaban con recibir la llamada del chico de las palabras entrecortadas.

Oxímoron eres tú

Oxímoron eres tú

Aquella mañana los peripatéticos extendían su tentáculo de sabiduría demagógica de nuevo por las calles de la ciudad. En esta ocasión hablaban sobre el papel del peregrino según la tradición Coélhica.
– «Maestro ¿qué es un Oxímoron?»

El gurú pensó que sería inopinado soltarle un «Oxímoron eres tú» y guardó silencio durante unos minutos mientras pensaba libidinoso (la primavera ya se sabe) en el reflejo ígneo del sol sobre el cabello de su amante. Adoptó una pose sería porque promover la abstinencia siendo un libertino era tan peligroso para sus honorarios como para su fama de santón.

– «Verás, pequeño saltamontes, fíjate en esa barandilla. ¿Ves esa mancha amarillenta? ¿Quien sabe que se oculta bajo su superficie? ¿Entiendes la contradicción que significa que una mancha que tapa un mensaje en realidad es una forma de comunicación? ¿Comunicar algo a través de un acto que en sí es un silencio? ¿Has oído hablar de los gritos del silencio?»

El aprendiz de embaucador asintió pensando en sus problemas de restreñimiento aunque supo que no iban por ahí los tiros.

– «¿Algo así como la plenitud del vacío? ¿El ardor gélido de las palabras escritas sobre la nada? Es que yo sólo veía un manchurrón…»
– «Pues aprende a ver que en cada mancha se oculta una limpieza que parece desaparecida. Pero ahora vamos a ayunarnos un vermut y unas bravas y entenderás mejor el concepto…»

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