por Emilia | Sep 28, 2015 | barcelona, color, reflexiones
Es admirable como la vida pugna por abrirse camino entre las grietas del cemento. A pesar de todo y todos ahí asoman las pequeñas y testarudas briznas de hierba una y otra vez. Parecen esquivar las ruedas de los automóviles, nuestros pasos perdidos, los chicles gastados, las colillas pisoteadas, las prisas cotidianas… Y ahí está, el milagro de las pequeñas cosas aparentemente inútiles. Da vértigo ver cómo pacientemente asoma, con su belleza inadvertida, la frágil y perfecta geometría de la vida en medio de los adoquines.
por Emilia | Sep 17, 2015 | barcelona, color, micro relatos
Cuando salió del baño le dijo con voz suave que tenía el corazón sediento. Ella pasó la jornada sonriendo en el trabajo al pensar en aquella frase. Mariposas en el estómago y palpitaciones en los países bajos. Él, siempre tan pragmático, tan poco dado a las zalamerías diciéndole eso. Se imaginó el reencuentro: ella besándole, dándole sus labios para que bebiese de ellos, un cuarteto de cuerda zíngaro poniendo banda sonora a un torrente de palabras dulces, velas en la habitación y sexo apasionado. Compró fresas, un tanga nuevo, se hizo la depilación y calculó su ciclo ovulatorio. Le pareció excesivo comprar un libro de nombres para bebés. Paso a paso, se dijo. Su éxtasis hiperglucémico se desvaneció con la cruda realidad. Al volver esa tarde a casa se lo encontró sentado en el portal. A su lado el corazón de su príncipe azul abrevaba tranquilamente…
Y el encanto de la calabaza se esfumaba del todo al oír, con su clásico tono pragmático y resignado:
-«No me mires así, ya te lo había dicho esta mañana… Ah, veo que has ido al súper ¿Has comprado agua?¿qué cenamos?»
-» Fresas con tanga» -gruñó Ella.
Él la observó y movió la cabeza mientras pensaba en el insondable misterio que es la mente de las mujeres y la sencillez del corazón zahorí de los hombres.
por Emilia | Sep 9, 2015 | barcelona, color, reflexiones
El tiempo y sus velocidades. Hay fechas que anotas en tu agenda a trazos, casi a dentelladas. Son como fotografías movidas que vas a borrar pero definen otra jornada hecha a pinceladas rápidas y nerviosas… Lo que debería ser y lo que es. Nostalgias y partidas de ping pong. Días que tienen más de 24 horas (38 por ejemplo). Y no son precisamente los que estás bien y con la gente que quieres. Esos duran un soplo. Como si los relojes tuviesen prisa por volver a marcar la dictadura de los tiempos oscuros y convertir la felicidad en una meta y no en un camino. Entre sinapsis alteradas por el insomnio mis dos neuronas y dos herpes (gentileza del estrés laboral) hablan entre ellas de Ética y Estética. Recuerdan la conversación que han oído involuntariamente en el bus esta mañana y que olía a enfermedad, muerte y despedida. Se distraen inútilmente buscando el significado que tiene haber tardado 38 años en descubrir que tengo pecas en los labios, y recuerdan aquella primera vez. O mejor, aquella sucesión de primeras veces… Cuando no se es consciente de estar viviéndolas pero quedan grabadas para siempre en ese rincón de la memoria donde no existe ni el tiempo ni la distancia. Donde los árboles, un semáforo y el Cielo son aparentemente sólo líneas, pero nunca error en el disparo de la cámara… Porque contienen en sí mismas tanta verdad y belleza como quieras darle.
por Emilia | Sep 8, 2015 | barcelona, color, micro relatos, sombras
¿Te acuerdas cuando queríamos ser mayores? ¿Cuando el único riesgo de saltarse una obligación (ir a clase) era que se enterasen tus padres? Tus padres, que eran eso y no una pareja con sus montañas rusas, sus dudas, sus esqueletos en el armario.
Sí, tal vez recuerdas aún cuando queríamos ser mayores: votar, conducir, tener más tetas (o afeitarse), entrar a sitios a los que luego no hemos ido cuando podíamos, romper esas reglas que nos imponían…y que ahora la rutina nos las hace tragar peores y sin agua.. Queríamos ser mayores y todo nos parecía difícil sumergidos en el océano de las hormonas. Cuando el interrail por Europa era una promesa abierta, verde de esperanzas y casi tan virgen como nuestros cuerpos.
¿Recuerdas aquel primer amor de esa cifra x que acumulan tus registros de bateos cardíacos? ¿El correspondido y el imposible que aún no ha cauterizado pese a que esa persona es un obeso calvo muy lejos del chico que te hacia sonrojar? ¿Cuando estudiar la noche antes era deporte olímpico y tu plusmarquista local? ¿Cuando veías como viejos a tus profesores de entonces que eran más jóvenes de lo que tú eres ahora?
¿A cuántas mujeres tus «señora me puede pasar la pelota» les abrió el abismo del paso del tiempo y la angustia de haber dejado de florecer? ¿Recuerdas aquella patria que conformaban tu familia, tus amigos, tu barrio y cuyo pasaporte conservas? ¿La banda sonora de tu infancia y adolescencia, las influencias de tus hermanos? ¿El eterno quedar para hacer trabajos en grupo? ¿No te hubiese gustado que alguien congelase aquellas despedidas al salir de clase y recuperarlas años después en una foto robada? Para recrearte en la nostalgia o para prenderle fuego. ¿Y quien te dice que alguien no lo hizo y tu sombra no acumula polvo en una carpeta de negativos de un fotógrafo compulsivo cuyo legado acabó en el Mercado de las Glòries?
por Emilia | Sep 7, 2015 | barcelona, color, micro relatos, sombras
Sabes que soy rara, que tengo mi carácter modelado hostia a hostia, error a error. Me conoces. A veces pienso que más que yo misma : ¿debería preocuparme?. Sabes mis reacciones, mis pensamientos, lo que me va a pasar por la cabeza como si en el puzzle no hubiera pieza que tú no sepas dónde va colocada. Y sí, eso me gusta. Me gusta cuando pronuncias mi nombre, siempre completo, siempre acentuado en catalán. Me encanta cuando me llamas por mi nombre para enfatizar algo. Me haces sonreír cuando me miras mostrando cierta desesperación y me recalcas: això no és cap pregunta retòrica. Me encanta darte una media sonrisa como respuesta, esperando (uno, dos, tres, cuatro…) que tú mismo verbalices esa emoción que no he sido capaz de darle contenido en palabras.
Y entonces añado socarrona que si lo sabes, para qué me lo preguntas. Y meneas la cabeza y te rascas la barbilla (ahora te rascas justo en las canas de la barba) y simulas estar desesperado. Pero no lo estás. Porque no hay rareza en mi vida que tú no sepas, ni terror nocturno o diurno que tú no conozcas palmo a palmo, milímetro a milímetro. Sea fantasma o realidad, sea pasado o presente, sea lo que sea, lo conoces. Porque sabes lo que soy y quién soy… y sabiendo lo que sabes, me aceptas, me recibes, me respetas y me quieres. Me esperabas a la salida del trabajo después de un día de mierda. Sostenías la bolsa con la compra que acababas de hacer para mi pasajera (según tú) dieta vegana. Yo en cambio cargaba ira y asco que no te tocaba. Y te lo hago pagar. En público, rodeados de curiosos que se adentran en nuestra intimidad por unos segundos. Cosa que detestas.
Y me dices que parece mentira que diga eso (ni recuerdo qué era) y que en tu próxima vida esperas no enamorarte de una católica con hiperdesarrollo del sentido de culpa y vocación Mártir, que Todo fluye, según tú. Y me repatea el estómago tu reacción y te digo que eres un Parménides de barrio. Te veo despegarte de mi lado y caminar a unos pasos de distancia. Ese desapego tuyo temporal me hace sentir pánico. Mi orgullo me mantiene detrás y Tú y las coliflores camináis ajenos a que mi sombra acaricia la tuya, te toma de la mano y te pide hacer las paces
Comentarios recientes