
A Gudiña
“A virxe de Guadalupe cando va pola ribeira, descalciña pola area parece unha Rianxeira”.
Cuentan que mis abuelos, Aquilino y Maruxa, se enamoraron de muy niños en su concello natal. La suya fue una historia como la de tantas parejas gallegas de aquel tiempo de postguerra. Sólo que ellos no emigraron al nuevo continente, tal vez si lo hubieran hecho yo sería hoy un reputado psicoanalista Junguiano. Pero como Él había hecho el servicio militar en Barcelona tuvo la idea de montar una pulpería aquí.
Así que, con cuatro cuartos y su amor como ajuar, dejaron Galicia y viajaron a un pequeño piso de realquilados con derecho a cocina en el Paralelo barcelonés. El bueno de Lino nunca olvidaría la expresión radiante de su mujer el día que abrieron su pequeño bar. Le llamaron A Gudiña, en honor al pueblo ourensano de donde provenían. Cuenta mi padre que el día de la inauguración fue la primera vez que mi abuelo escuchó cantar a miña avoa. En todos aquellos años juntos jamás la había oído hacerlo y al parecer lo hacía de una forma que contagiaba vitalidad, felicidad y esperanza.
Su pulpería fue adquiriendo una clientela fiel, llegaron más hijos al ritmo que las cuentas bancarias se llenaban procurando la estabilidad que les permitió contratar más personal y volver a Galicia cada año luciendo siempre un buen fajo de billetes. Aún así, mi abuelo Lino seguía atendiendo la barra y Ella servía las mesas, cantando como seguramente las sirenas debían hacerlo en tiempos de Ulises.
Nunca me explicaron las causas del accidente de tranvía que acabó con la vida de Maruxiña: algunos parientes me dijeron que ella se abalanzó a propósito. En cualquier caso, desde ese día nada volvió a ser igual. Los niños eran aún pequeños así que por mucho que a diario deseara acostarse y no volver a abrir los ojos él siguió con el negocio. Días tras día golpeando pulpos hasta dejarlos tan tiernos como la herida que escondía en su alma.
O meu avó Lino debió ser un hombre de corazón bondadoso, mi padre contaba que soportaba con melancolía atlántica el tintineo de los vasos, las risas de las mesas donde nunca faltaba el alcohol, la exigencia de los clientes… aunque jamás pudo soportar cuando, animados por el Albariño, los parroquianos de la pulpería se arrancaban a cantar. Probablemente le parecía una profanación, una blasfemia en el sancta santorum donde su Maruxa lo había hecho. Quizá por eso encargó una cerámica con un mensaje claro a sus clientes. “Se ruega no cantar”.
Sí, porque esa baldosa era un ruego, una súplica, un aviso para navegantes pidiendo respeto. Y ahí sigue en el mismo lugar donde la colocó entre lágrimas Don Lino cantando muy bajito «que guapa estabas rapaza, cando che vin na ribeira, tiñal-a cara morena coma a virxe rianxeira…
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