Memoria de carne y alma

Memoria de carne y alma

Doña Amalia se acaricia las manos como si le doliera algo más que las articulaciones. Tal vez anhela sentir otra vez el contacto de aquellas manos y no otras, porque todas las demás le sobran.

Sí, hoy he vuelto a visitar a la Señora Amalia. Cuando era niña, en el 4º1º vivía ella y doña Elvira. Esas dos mujeres se quisieron como lo hacen las personas muy sabias o muy auténticas, amándose sin condiciones. Porque sí. Porque no podrían no hacerlo. Se quisieron en confianza, con afecto de carne y alma.

Las empecé a admirar hace muchos años. Si el mundo fuese justo deberían haber escrito sobre ellas. Pero les tocó vivir su historia en el interior de una de esas bolas que se agitan y hay nieve. Aún así, su Amor era del que arroja luz por todas partes, del generoso, del que entiende por sí solo de fidelidad, entrega y ternura.

Doña Elvira murió hace unos años. Mi madre me contó que a la Sra Amalia le habían diagnosticado demencia y que mejor, porque así no echaría de menos a Elvira. Como (casi) siempre mamá tiene razón. Porque cuando el amor es del bueno, del que no ata, ni presiona, ni hiere ni extingue, no es tan fácil sobrevivir una pérdida. Y tal vez sea mejor no sentir su vacío en todas partes: en la cocina tarareando, en la cama haciéndole cosquillas en el pelo o en el sofá acurrucadas bajo la misma manta.

La señora Amalia me observa con esa mirada entre la inocencia de los niños y la incertidumbre. Hoy me parece más vulnerable y más entrañable que nunca. Me ha sonreído, con melancolía, y aunque no recuerda muy bien las cosas, algunas cosas, me ha llamado por mi nombre.

Hay momentos en que su mirada se ilumina brevemente, con un destello apenas perceptible: su expresión cambia, gira la cabeza hacia la puerta, como si creyese que ella está subiendo las escaleras, canturreando algo bonito. Quizás Elvira no se ha ido realmente, porque hay personas que saben quedarse para siempre. Es muy posible que ninguna de las dos se haya marchado, que aún estén ahí, riéndose por todo, con las mejillas encendidas, felices de haber sembrado esta ciudad de besos y certezas.

Starry starry night  (Postales Noruegas)

Starry starry night (Postales Noruegas)

Querida Mapatxita sureña,

Siento no haberte escrito estas semanas, hasta ahora que ha bajado el volumen de cruceristas no he tenido demasiado tiempo libre. (¿Cuela como excusa razonable?). Me ha sonrojado que en tus fotos llames a este país “la Noruega de Arvid Dahl”. Como si mi nombre o el personaje en el que me has convertido tuviera importancia alguna.

Ver tus fotos me ha hecho pensar en nuestra charla nocturna en el Faro de Rogaland. En cómo temblabas de frío preparando la cámara y fantaseabas con ver auroras boreales mientras charlábamos sobre porqué inventamos historias: tú escribiendo fotos y yo fabulando relatos para mis turistas.

-”Arvid” -me dijiste tiritando-”no sé si me sabré explicar pero cuando escribo procuro arropar con mis historias a esas personas que las leen en plena noche, iluminando un poco y durante unos segundos sus existencias, o al menos, lo intento.”
-”Pretencioso” -te dije y me arrepentí en seguida al ver tu expresión triste.

Discutimos sobre dónde queda aparcado el ego y la vanidad en estos casos. Me hablaste de tu novela aparcada, de los años que has tardado en cuidar de tu autoestima. De lo duro que ha sido este año. De la salud, tuya y de los tuyos. Te abracé y por un instante no me sentí el viejo que soy.

Te susurré que nos parecemos más de lo que crees y esperé tu respuesta para saber si podía besarte. Me miraste y sonreíste mientras decías que si sigues engordando y no te depilas el bigote rubio sí que te avikingarás como yo. Reí. Porque me gusta cuando te inventas palabras como avinkingarse. Y sé que sabes cuánto me alivió tu sutil manera de volver a poner las cosas en su sitio.

Estuvimos un rato en silencio contemplando el firmamento hasta que llegó Olaf y rompió la magia preguntándote si pensabas en alguien en especial. Asentiste.

Y supe que se había esfumado el momento para preguntarte si tú también buscas incesantemente Luz cuando la tienes tan cerca. Si necesitas arroparte con la calidez que entregas. Si también sientes que hace demasiado tiempo que viajas por las carreteras secundarias de tu alma sin un minuto para detenerte y decirte a ti misma: “estoy orgullosa de ti”, “te quiero”, “te protejo de pies a pestañas”, “me gusta que siempre estés» , «eres, sobre todas las cosas, Luz”.

Espero que sepas perdonar que no te dijera nada de eso y sólo te llamase pretenciosa.
Pero yo sé que tú sabes. Del mismo modo que yo también sé.
Y con eso, de momento, basta.
Te abraza fuerte,
Tu Arvid Dahl.

De columpios y ausencias  (Postales Noruegas)

De columpios y ausencias (Postales Noruegas)

De niña me encantaba sentir el delicioso vértigo al volar en el columpio. Me aferraba con las manitas a las cuerdas con la tranquilidad de saber que quien me daba impulso me quería y protegía. Nada mejor para aprender a Volar que saberse seguro al hacerlo.

Yo no podré darte eso. Ni tantas otras cosas. No podré llevarte sin prisa de la mano al parque, ni enseñarte a volar. Tampoco te explicaré mis cuentos improvisados en los que no faltan mapaches cosquilleros ni perros cazadores de árboles noruegos. No podré contagiarte mi entusiasmo por descubrir lugares nuevos ni mi fascinación por la Luz.

Te ahorras que te inocule mi debilidad por la literatura o que te cuente sobre lo que estoy escribiendo y la importancia de las palabras. No me oirás decirte que lo más importante en esta vida no es el alimento del ego, ni llevar siempre la razón, ni dejarte llevar por otro, ni decir que sí a todo ni decir que no en todas las situaciones. Que es difícil pero necesario aprender a conocerte muy bien, tratar de ser generoso, bueno, justo, creer, confiar, disculparse si haces daño, cuidarte y cuidar, quererte y amar.

Si aún cabes en el columpio, deberé recordarme que aún es pronto para hablarte de conceptos más complejos como la honestidad, la franqueza, la lealtad. Me tocará esperar para decirte que quiero que se seas libre para correr, decidir, emocionarte, llorar, decepcionarte, elegir, crear, inventar, jugar, enfadarte, creer, soñar, crecer, equivocarte. Que será útil que aprendas a poner límites (tanto a ti como a los demás) y a saber lo que necesitas para ser feliz y lo que no. Que puedas decir siempre: esto no es lo que quiero, necesito un abrazo, me siento triste, quiero hacer todas estas cosas, basta hasta aquí, esto me hace daño, esto me hace muy feliz, lo siento, me he equivocado, te perdono, te quiero.

Cuando seas mayor y digas te amo ojalá lo digas sin dudarlo. Que no sueñes con castillos ni príncipes o princesas azules, porque nadie es perfecto empezando por ti. Por favor, no construyas ni prometas nada sin cimientos. Y tampoco te creas todo ciegamente porque el mundo es un enorme concesionario lleno de vendedores y vendedoras de motos.

No renuncies al romanticismo ni a vivir el amor al máximo si te apetece pero no dejes que nadie gestione por ti tus emociones ni te manipule. Descubrirás que en el amor es cuando te sientes más capaz, más feliz, tan emocionado como en el columpio pero acompañado.

Y también tendré que hablarte de las renuncias. Y de esas ausencias crónicas, como la tuya hij@ mío, a las que una se habitúa sólo porque hay que sobrevivir. Emociones clandestinas que se clavan en las esquinas del alma, en el vacío de los sueños que nunca veré cumplirse.

El farero Olaf  (Postales Noruegas)

El farero Olaf (Postales Noruegas)

Fue Arvid quien me habló del Faro.
– «Ojalá cuando vayas tengas la suerte de encontrarte al bueno de Olaf» -me deseó.

Fui al fiordo para contemplar el atardecer, estudiando los lugares que me gustaban y preparando todo lo necesario para fotografiar la puesta de sol. Las fotos iban a ser preciosas, pensé observando el cielo.
-«God kveld» -La voz proviene de un anciano que se dirige hacia mí.
-«Hei hei» -respondo usando casi todo mi repertorio en noruego.
-«Tú debes ser la chica del Sur a la que le gustan los atardeceres» -me dice en inglés.
-«Supongo que sí»-respondo estrechando su mano.
-«A mi mujer también le gustaban. De hecho decía que se casó conmigo porque trabajaba en el faro… y no había mejor lugar donde ver atardecer que aquí.»
Sonreímos.

-«¿Estás casada?» -me pregunta sorprendiéndome. Niego con la cabeza.
-«Deberías casarte entonces, este viejo te lo recomienda. La vida está llena de pequeñas alegrías y cosas agradables pero no hay nada mejor que…» Menea la cabeza, meditando si continúa -«Antes de farero fui marino, recorrí todo el mundo cazando ballenas. Tuve muchas aventuras, seguro que Arvid te habrá contado alguna y espero que se haya callado otras muchas.» -ríe pícaro.
-«Hace 50 años,»-prosigue-«una tormenta obligó al barco donde estaba enrolado a atracar aquí para resguardarse. Y conocí a Linnéa. Por supuesto no volví a embarcarme: cuando conoces a alguien capaz de hacerte reír, de hacerte llorar, de decirte cosas que tu corazón entiende como suyas… cuando encuentras a quien te hace sentir esas emociones que uno no puede sentir solo: sólo un cretino lo dejaría escapar.»
Hace frío.
Atardecemos juntos en silencio.

-«Mira»-dice señalando al cielo-» esa de allí es mi estrella. Me la regaló mi mujer la última tarde que estuvimos aquí, poco antes de ingresar en el hospital. Y desde entonces, intento venir a verla cada día. Porque aunque estoy tan sano que aún podría cazar ballenas con arpón, éste es el único lugar en el mundo donde soy capaz de sentirme realmente seguro y a salvo. Vivo.»

[Dedicado A Olaf, por su generosidad. Tusen takk]

La chica del ferry  (Postales Noruegas)

La chica del ferry (Postales Noruegas)

Probablemente me viste llegar con las gafas de sol puestas y la cámara entre las manos. Seguramente fue así. Tal vez te llamó la atención mi expresión de estar celebrando la Fiesta del “Hoy-No-Está-Pasando-Nada-En-Particular-Pero-Mola-Estar-Aquí-Y-Ahora”.

Te contaré, ahora que puedo contarte cosas, que acababa de fotografiar uno de esos charquitos que tanto me gustan. Además era de esas veces en que sabía que acaba de hacer una buena foto, que había tenido la suerte de estar en el momento y lugar adecuado, sin legañas en el alma para ver esa escena y capturar al mismísimo Hombre Duplicado de Saramago.

Al apartar la mirada del visor de la cámara fue cuando te vi. Ahí estabas, observándome con una expresión divertida. Sonreíste y te giraste a decirle algo a tu compañera. Instintivamente me enfundé la cámara y te retraté. Varias veces.
Clic.
Clic.
Clic.

Luego te perdí de vista, como me sucede con el 99% de personas a las que le robo un retrato. Huía con mi botín fotográfico, sintiéndome a salvo. Por eso me asusté cuando, minutos más tarde, te acercaste mientras hacía cola para subir al Ferry.

– “Tienes algo mío” -me dijiste en inglés.

No recuerdo qué fue lo que balbuceé, pero usé como excusa mi trabajo en la agencia. Sin atreverme aún a mirarte a los ojos, busqué en mi cartera y te entregué una de mis tarjetas de visita del trabajo.

Leíste en voz alta y muy lentamente mi nombre, apellido y la palabra Barcelona. Fue cuando, señalando la cámara me pediste ver tu foto mientras te pegabas a mi hombro para verlas.
-”Awesome”. -susurraste en mi oído.
-”Imagínalas en Blanco y Negro” -te respondí.
-”Envíamelas” -ordenaste suavemente devolviéndome mi tarjeta de visita tras anotar en ella tu correo electrónico y teléfono.
-”Claro” -te prometí mientras te alejabas.

A los pocos pasos te giraste hacia mí y me disparaste:
-”Dime una cosa. ¿Te funciona eso de que eres una fotógrafa caza talentos de una agencia de modelos?” -aún no sabría decir qué dosis de ironía y cuál de pura diversión había en tu tono.-”para ligar con mujeres desconocidas, me refiero”.
-”No es mi estilo” -te dije riendo.
– “Lástima”-te escuché decir mientras me dabas la espalda-” Te hubiese funcionado conmigo.”

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