por Emilia | Abr 28, 2018 | barcelona, cielo, micro relatos
Esta semana me ha gustado especialmente. No sabría cuantificar cuánto en litros, ni en kilómetros, ni en ninguna otra medida del sistema métrico decimal. Me ha gustado tanto que afortunadamente no debo ponerle una etiqueta.
Quién sabe, tal vez porque he volado por primera vez en 2018. Porque he vuelto a recordar lo que significa besar cerrando los ojos y lo emocionante que es reconocerte al abrirlos. He cumplido algunos sueños y he sido feliz durante esas horas que , a tu lado, siguen pasando demasiado rápidas. De todo eso te declaro culpable.
Te he querido pedir cada seis horas que te cases conmigo pero sólo te lo he dicho todos los miércoles de esta semana.Hemos reído, en realidad nunca hemos dejado de hacerlo desde que nos conocemos. Y me has recordado que no es malo llorar con quien debes consolar, que tu tristeza es la mía y que cuando cantas a Manzanita me dan ganas de enviarte ramitos de violetas, llenarte de besos y llevarte al huerto. No necesariamente en ese orden.
He seguido soñando contigo, aunque algunas veces estando tan despierta que no podía dejar de acariciarte. He seguido pensando en ti en todos los cielos, sean del color que sean y sin importar a qué hora los fotografíe.
Y sobre todo te he contemplado con esa expresión de quien, a estas alturas de la vida, no esperaba encontrar el océano en pleno desierto.
por Emilia | Abr 25, 2018 | barcelona, cielo, color, micro relatos
– «¿Sabes?»-te escribo al aterrizar-«hay una palabra que significa tener nostalgia por lugares a los que nunca hemos ido y que anhelamos conocer pero a los que tal vez nunca podremos ir».
Te imagino en silencio esperando que siga escribiendo. Me he dado cuenta que cuando empiezo a explicarte historias aguantas involuntariamente la respiración. Adoro cómo me miras cuando conjuro palabras que serán sólo tuyas.
– «Fernweh» -tecleo- «Algunos lo traducen como pasión por viajar; otros como la tristeza por estar en casa y el deseo por viajar lejos, cuanto más lejos mejor. Sin embargo»-prosigo-«también hay otra acepción en la que lo importante es la contradicción que significa sentir nostalgia por lo que no conoces.»
-«¿A estas cosas te dedicas a pensar durante el vuelo?» -preguntas
La verdad es que no.
Me he sentado en el 22A y al cerrar los ojos aún era capaz de sentirte. Nunca sabrás lo vacía que me dejan las despedidas y a la vez lo llena que está mi vida. Ni las ganas que tengo que te presentes sin previo aviso con tu inolvidable sonrisa norteña. Recibirte en casa diciéndote que un día vendrás por sorpresa y me pillarás con alguien en la cama. «Porque en las relaciones a distancia» -añadiría con sorna-«somos felices los cuatro.» Mascullarías algo en ese idioma tuyo que me recuerda al klingon y…
-«No sé si se puede añorar lo que nunca has visto.»-escribes devolviéndome a la tierra-«O si todo se trata de sentir la adrenalina del asombro. ¿Nostalgia de cosas que desconoces o tristeza por no estar pasándotelo bien? Lástima por nuestras capacidades no aprovechadas, sólo es uno de los muchos disfraces del Egoísmo.»
Sabes que yo soy más de ver en la melancolía de lo desconocido la promesa de cosas irracionales. Marco tu número. El cielo es púrpura, tu color favorito.
– «Tienes razón.» -contestas- «Hay cosas inexplicables. Como Tú y Yo. O como el vacío que he sentido durante todos los años de tu vida que me he perdido.»
– «Eso está mejor»-te respondo satisfecha.
Al otro lado del teléfono ríes. El mundo es un poco mejor cuando lo haces.
por Emilia | Abr 19, 2018 | blanco y negro, micro relatos, noruega, reflexiones, soledades robadas, sombras, viajes
– «Me gusta el fútbol.»-te digo mientras fotografío desde la habitación del Scandic Vulkan a un niño jugando a fútbol con su perro.
Pese a estar dándote la espalda siento tu mirada esperando que continúe contándote que al principio encontré vínculos que me acercaban a mi hermano y a mi padre; la ternura al recordar aquellos domingos de carrusel deportivo o la carpeta de JC con fotos de Quini y el rubiales de Schuster sacados de alguna portada del Sport.
No te diré que mi primer gran amor (ese que se tiene a los tres años y que es el único que siempre te hace esbozar una sonrisa) era el mejor jugador de fútbol del cole. Así que no tardé en ponerme también yo a jugar en el patio del colegio hasta acabar mi mediocre trayectoria en el equipo del instituto.
– «Recuerdo los partidos en la terraza del ático de mis tíos o en la parte de atrás del Terreno» -prosigo-«ahí jugué mis mejores partidos y marqué los mejores goles.»
No te cuento que a mis primos Emilio y Marc les debo impagables aprendizajes: al uno su insaciable capacidad competitiva; al otro que, si no estaba atenta, podía llegar romperme una pierna porque entraba como si se jugara la final de la Copa de Europa. Sonrío porque en esos campos de fútbol de las terrazas de mi infancia fui también feliz cocinando pequeños milagros en solitario.
-«En verano del 86 (al volver del que fue mi primer viaje a Italia) fui la primera niña de 9 años que fichaba como profesional por la Fiore y su camiseta lila.»-entorno los ojos- «entonces creía posible que Italia permitiera algo así. Porque mi mente infantil ya sabía que, en la liga y en este país, jamás podría siendo mujer jugar en mi Barça asistiendo a mi Lineker».
El niño noruego y su perro siguen jugando en el Nedre Foss Park mientras yo pienso que luego llegó Johan y los milagros también se cocinaban en el campo.
– «Y en muchos sentidos nos hicimos mayores con Cruyff; literal y emocionalmente. Probablemente nos enseñó que es la sencillez del fútbol lo que lo convierte en algo único. Y me reenamoró del juego como cuando era niña y los héroes eran posibles.»
Dedicada a mi hermano que me enseñó la Fe.
A Belle, porque en todos los pastores alemanes que veo siempre añoro su mirada noble.
A la niña raruna y enfermiza que soñaba con jugar en el Camp Nou.
Y a ti, que me lees.
(Esta foto pertenece a la serie “Sombras en Nedre FossPark”, Agosto de 2017 que aparece en la sección de Noruega en Blanco y Negro.)
por Emilia | Abr 11, 2018 | barcelona, blanco y negro, micro relatos, soledades robadas, sombras
– «¡Mi Nikon ve por mí! Cada flash que disparo me resarce una pizca del sol que he perdido».
La frase pertenece a la deslumbrante novela “Tommaso y el fotógrafo ciego”, de mi admirado Bufalino.
Llevo habitando en la penumbra 219 días. Perdiéndome pizcas de sol, ocultándome de la Luz tras las gafas de sol y una incontable colección de colirios y ungüentos. En raras ocasiones durante estos siete meses y siete días he sacado mi cámara de su mochila. He incumplido la promesa que (me/le) hice en Noruega. En mi descargo debo decir que entonces, feliz entre los fiordos, no imaginaba que me esperaba un recorrido tan largo y doloroso.
Fotografiar cuando apenas distingues los rostros es, además de triste, un reto. Técnico y emocional. Porque sabes que las cosas existen aunque tú no las veas. Que ahí está la belleza y te la estás perdiendo. Necesitas capturarla tal vez porque es anestésica y necesaria; también porque quieres que tus fotos reflejen más de lo que tú puedes ver. O lo que te estás perdiendo.
Así que te dices a ti misma que el ojo sano y afilado que te falta, lo tiene tu cámara. Y que tal vez don Gesualdo tenía razón cuando escribía que «En este mundo no hay nada que no sea suplencia, prótesis, violación: cabellos teñidos, dientes postizos, palabras falsas. Sólo ésta no miente -concluye blandiendo triunfalmente la Nikon negra-.”
Hoy le doy las gracias a mi cámara por esta foto que nace de (y desde) la oscuridad.
Y por recordarme que sin tinieblas no puede haber fotografía.
Ya llega el momento de salir de la oscuridad y es preciso, aunque duela, encarar la Luz.
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