Puertas

Puertas

Te voy a contar una historia. Aunque hace casi dos años que no hay un cigarrillo humeante en mis labios mientras las escribo, siguen pirrándome las historias en Blanco y Negro. En esta no aparece un Bueno atormentado con una dramática cicatriz. Tampoco hay malos con gabardina y sombrero y la única candidata a mujer fatal tiene más de soñadora que de vampiresa.

Es de esas historias que a veces llegan (como las visitas incómodas) mientras tecleas un mensaje, haces cola en el super, sueñas o cagas.

A la protagonista le invitan a abrir una puerta tras la que en su día sintió que había un misterioso tesoro. Y le parece buena idea abrirla. Allí la tenemos, de pie, temblando sola. Donde una vez hubo luz, esperanza y risas ya sólo hay un oscuro polvo y tanto abandono que apenas es capaz de ver sus huellas.

Porque en otra vida bailó desnuda allí.
También entonces temblaba sin hacer ruido.

Me gustaría que pudieses leer este relato y que lo oxigenes. Estaría bien que lo hicieras mientras me esperas en esa cafetería donde nos besamos (me besaste) por primera vez. Quien sabe si me estás leyendo en uno de esos sillones orejeros que aún abrazan con la verdad de nuestros mayores. O en ese tren que proyecta en su ventanilla los paisajes que ignoras porque te has zambullido en mis palabras mientras te mece su traqueteo.

¿Te he dicho alguna vez que cuando me lees, mis Historias (el mundo entero) deja de ser sombrío?.

Quizás es porque acompañas tu lectura con esa sonrisa luminosa y segura con la que me dices que no tema, que estoy llena de amor, fantasmas, palabras, fuerza, orgasmos, puñetas, luces, nostalgia, pájaros, silencios, besos, carcajadas y sueños.

Mujeres

Mujeres

Me rodea una tribu de mujeres a las que no les hago saber lo suficiente cuánto las admiro y lo importante que son en mi vida. Podría intentar describirlas una a una y sé que estaría hablando de esa línea común invisible que las ilumina a todas ellas. Irradian tanta magia que deslumbra la bondad y la generosidad con la que se enfrentan al mundo. Sin hacer ruido, sin espectadores ni aplausos.

Cuidan cuando hay enfermos (del cuerpo y del alma). Besan las rodillas de los niños si se caen y la autoestima de los adultos que no saben que se han caído. Leen e inventan cuentos necesarios, porque hay en mi clan unas narradoras extraordinarias, capaces de adaptar el lenguaje al latido y el dolor de cada momento. Y hacen de las palabras, los gestos y los silencios bálsamos que cauterizan las peores heridas.

En ellas mi temperamento de ogro verdoso se ha ido dulcificando, aprendiendo que ser amable con los demás, ser compasiva y empática, no te debilita sino que te ayuda a ser una mujer fuerte y responsable. Y en esa fragua, codo con codo con los hombres de mi vida, quisieron forjarme para ser una persona íntegra y buena.

Siempre están ahí. Quizás por eso no temo intentar solucionar por mí misma casi cualquier cosa. Ni me avergüenza pedir ayuda (su ayuda) cuando la necesito. Y no pierdo la risa por mucho dolor y abismos que me acompañen. Especialmente para dársela a las mujeres más jóvenes de mi vida. Que sientan que presto atención a sus preocupaciones, que las animo a conseguir lo que se propongan, sin olvidar que las cosas hay que pedirlas por favor y agradecerlas. Ojalá pueda verlas convertirse en mujeres independientes y fuertes, de las que saben reflexionar sobre sus propios errores y crecen sin miedo. Que su reflejo en el espejo que soy les ayude a recordar en todo momento todo lo bueno que tienen en ellas.

Mis Mujeres divertidas, solidarias, cariñosas, fuertes (muy fuertes), honestas, valientes, tiernas, protectoras. Aunque el infierno del dolor nos rompa por dentro ellas son capaces de bajar el cielo a la tierra cuando hace falta.

A todas las mujeres que forman parte de mi vida: Con mi admiración y gratitud. 

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