Kintsugi

Kintsugi

Envié hace poco en un correo estas tres fotos.

El asunto del e-mail decía «Mi ojo izquierdo» y acompañaban a las imágenes estas palabras:

«En los últimos dos años he intentado explicar(te) con palabras algo que, con certeza, sólo puede describir una foto. Si una imagen vale más que mil palabras, qué no dirán estas tres. Así es como se ve el mundo a través de mi ojo izquierdo. Y así será el resto de mi vida, sin arreglo en el enfoque, sin soluciones mágicas de photoshop ni autofoco milagroso capaz de corregir esta nueva cicatriz en mi colección.»

Horas después recibí la siguiente respuesta.

«Dice la leyenda que el sogún japonés Ashikaga Yoshimasa poseía una preciosa taza de porcelana china. Era su favorita y le tenía tanto cariño que era la única que usaba para la ceremonia del té. Cuentan que un día la taza se le rompió y la mandó arreglar a China, donde se limitaron a juntar las piezas rotas con unas burdas grapas. Evidentemente no quedó contento con el resultado, así que recurrió a los artesanos de su país. Y ellos inventaron un método perfecto de encaje y unión de los fragmentos recuperando la forma original de la taza.
Los japoneses llaman Kintsugi a esa técnica que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas con un fuerte adhesivo rociado con polvo de oro. De esa forma honran y dan valor a la zona dañada: como honraron y dieron valor a la taza del sogún. Dicen que con este método la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más dura que la original. Así, pues, en lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
Está bien conocer lo que se rompe en nosotros. Nos aporta una serenidad objetiva para apreciarnos como somos: rotos y nuevos, únicos, irreemplazables, en permanente cambio. Quizás las cicatrices de las que me hablas en tu correo merezcan celebrarse. Porque eres una mujer Kintsukuroi y tú sin saberlo».


[Dedicado a quienes portan cicatrices y hacen de ellas un escudo con el que luchar y no un parapeto tras el que esconderse]

Quiero llevarte a un sitio

Quiero llevarte a un sitio

-«Quiero llevarte a un sitio.»

En realidad, pienso mientras seguimos caminando, quiero llevarte a muchos sitios. A todos los países que seamos capaces de imaginar, los que existen en los Atlas y a esos otros cuya geografía de besos y caricias llevamos tiempo cartografiando Tú y yo.

Geografía e Historias que me encanta recrear pegada a ti. Recordar todos los pasos que tuvimos que dar hasta conocernos. Me gusta esa tendencia nuestra a recrearnos en cómo empezó todo: lo rocambolesco de nuestro primer encuentro, la complicidad inmediata y lo natural que fue besarnos en la puerta del hotel. He perdido la cuenta de los besos que han venido desde entonces, como también de las miles de llamadas, mensajes y fotos con las que combatimos esperas y distancias. Poder abrazarte cuando lo necesitas, sentir tu respiración cuando te pegas a mí y acariciarte el pelo sin prisa. Poder enseñarnos todas esas cosas de las que nos hablamos durante el día a día, incluyendo las cicatrices. Ver tu sonrisa al pedirme que me abrigue si hace frío o al preguntarme si no tengo calor cuando crees que voy demasiado abrigada. Yo y mi termostato corporal estropeado que uso como excusa para acercarme a ti y respirar tu aroma mientras pienso que quiero que vueles, que rías, que cuentes conmigo. Llorar contigo cuando toque, sostenerte, acompañarte en las ganas, el aliento y la calma.

-«Quiero llevarte a un sitio.» -repito.

Y también quiero tormentas contigo. Y viajes. Supermercados. Vuelos. Música. Sexo. Películas malas de esas que hacen buenas las mantas. Luciérnagas como las de mi infancia. Tarifa plana de mimos a cascoporro. Y que me cuides como haces, oliendo a recién hecho. Porque Tú eres casa.

Lunes de Abril

Lunes de Abril

Ayer fue Lunes y volvimos a soñarnos. Yo te esperaba sentada en nuestro banco mientras tu voz, llegada de quién sabe dónde, me decía socarrona que se han dado casos de personas que se las ha tragado la Niebla. Yo abría mucho los ojos intentando verte mientras tú seguías contándome historias de la Dama Blanca del Norte. Ésa que te secuestra, como Tú, beso a beso.

-«El primero» -añadías mientras casi podía sentir tus labios- «siempre es una sutil punzada en la muñeca. Después en el antebrazo, en la clavícula, en los hombros, en el cuello y cuando llega aquí… ya no tienes escapatoria.»

Tus Besos. A ciegas.

Quizás nunca te he dicho (aún) que adoro besarte. Que cuando lo hago es como si nunca hubiese pasado nada más hermoso que eso. Como si nunca hubiésemos sufrido la tormenta. Como si nadie hubiese muerto. Ni perdido nunca nada. Tampoco hay nadie viviendo solo ni enfermos del cuerpo ni del alma.

En ese momento del sueño tú me mirabas así, justo así, y yo sabía lo que tenía que hacer: cuidarte el corazón en lugar de comérmelo a mordiscos y por supuesto dormir en la misma habitación todas las noches. Besarte los párpados cuando tienes fiebre y emocionarme cuando me susurras esos mensajes que llevo años escribiéndote en la piel de tu espalda con la yema de mis dedos.

Creo que después de los besos largos, lentos, venían otros más rápidos, no estoy segura. Pero sé que mi lengua buscaba tu corazón en la boca y lamía tus labios y todas las cicatrices para no dejar rastro de cualquier tipo de dolor.

Ayer fue Lunes y volvimos a soñarnos. No me dio tiempo en el sueño de hablarte del dolor que siento cuando pierdo a alguien. O cuando sé que llega una despedida no deseada de forma inminente. Tampoco te pude contar de aquella vez que me olvidé de mí durante casi cuarenta años. Ni las veces que he llorado ni que mis ojos ya no pueden satisfacer mi adicción a la lectura. Es cierto que tampoco tú me hablaste de esas cosquillas que crees secretas pero que llevo años planeando atacar sin piedad para emborracharme con tu risa limpia.

Los sueños furtivos de los lunes siempre se nos quedan cortos. Y cuando me despierto se me atragantan las sílabas que no he pronunciado, las ganas de protegerte, de decirte “te adoro”, de oir tu voz ronca diciéndome “quédate” . Y se me enrojece un poco más el corazón, quizá por ir cargado con todas mis inseguridades y mis defectos aunque lo más probable es que sea porque le ruboriza la gran certeza que siente en cada latido. Esa que tiene tu Nombre.

error: Alerta: Contenido protegido. Si necesita algún texto o fotografía contacte con www.emiliagalindo.com