por Emilia | Jul 22, 2020 | barcelona, cielo, color, espejos urbanos, micro relatos
«Una cosa más»- así acaba tu último mensaje- «mi amor, hace tiempo que no publicas nada».
Me dices eso Tú, la persona que más palabras mías tiene a diario. Las escritas de frente y las clandestinas. Las susurradas al teléfono, las reídas (y lloradas) en videoconferencia, las palabras pegadas entre líneas, las derramadas entre mis dedos y las tatuadas en las pecas de mis labios.
Me cuesta escribir últimamente, tienes razón. Mantengo esa dulce serenidad confinada -un poco apática- de la que te he hablado últimamente. Me he hecho más adulta de lo que creía y no precisamente por cómo las tetas van sucumbiendo a las leyes de la gravedad… sino porque he dejado el melodrama para las películas. Y he aprendido que no hay mayor paz que la que consigo darme a mí misma. Qué triunfo. Qué fuerza.
No, no me he tragado un frasco de Amorosín y mantengo mi alergia a Coelho. Mi calma serena no es sinónimo de período feliz. Hay sufrimiento y miserias en el mundo y echo de menos la otra placidez, aquella de la ingenua invulnerabilidad del vuelo de las luciérnagas de mi infancia. También añoro la paz de la risa y las voces de mis ausentes.
Y sí, echo de menos los aviones, los calendarios cargados de fechas marcadas con tu nombre, los mordiscos impacientes de ese futuro de besos, carcajadas, abrazos, y más sexo del confesable pero menos del necesario. Sí, ahora mismo he conseguido sonrojarte como hago en esos silencios cuando nos dibujamos con los dedos las facciones, comemos chocolatinas, nos hablamos en voz baja, dormitamos y amueblamos esa casa en el fin del mundo que un día quizá nos pertenezca. A ti y a mi.
Me emocionan los años siendo capaz de contarte lo que no le dije nunca a nadie. Y esos “joder qué preciosa eres” sin importar ojeras, greñas, si es recién salida de la ducha o con la luz legañosa y el aliento tóxico al despertar. Y coleccionar charquitos que te recuerden que el cielo me recuerda a ti y hay cielo en todas partes. Y es que en esta ciudad hay cielo incluso a ras de suelo.
por Emilia | Jul 1, 2020 | barcelona, blanco y negro, reflexiones
Querida K,
Hace unos días decidí adoptarte. Llegaste a mi por un anuncio en facebook que compartió una conocida. Era una llamada de una protectora para buscarte un hogar y algo dentro de mí se conmovió al verte. Quizá fue tu cara, sus ojos legañosos o ese rabito corto que me recordó a la gata con la que conviví 17 años… Pasé un día madurando la decisión y lo que supondría hacerme responsable de ti. Y decidí dar el paso.
Te llaman F. aunque para mi eres K. desde la primera vez que te vi y fantaseé contigo trotando por casa. Necesitas un hogar y yo me ofrecí a cuidarte y quererte. Trámites veterinarios al margen, ese debía ser el fin de la ecuación que te sacara de la jaula de la protectora y nos llevara compartir camino. Ilusa de mí.
Las personas de la protectora que te cuidan siempre han sido cordiales en su trato conmigo. El primer contacto fue rápido, casi inmediato. Antes de cualquier otra cosa supe que me costaría «acogerte» 130 €. Sí, fue un poco decepcionante que de lo primero me hablasen fuera de dinero y no de ti. De cómo eres. Cuál es tu historia. Cómo estás. Supongo que deben estar hartos de gente que cree que acoger un animal de una protectora es gratis.
No le di más importancia. Me detallaron los gastos veterinarios, que tenía que firmar tu esterilización obligatoria y la implantación de tu chip… lo de la eugenesia obligatoria me supone cierto escrúpulo moral (¿debo adoptarte sólo si me comprometo a esterilizarte?) pero no puse problemas. Quería cuidar de ti, flacucha blanquinegra. Los pocos que sabían que estaba iniciando el trámite de acogida ya se interesaban por ti.
Acepté rellenar un cuestionario que recibí por e-mail y en el que se preguntaba información personal sobre mí. Además de datos como dirección o mi dni había preguntas sobre mi vida (¿tienes hijos?¿vas a tenerlos?). Lo de la ley de protección de datos brillaba por su ausencia, es más: el word que me enviaron con el formulario contenía los datos privados de otra persona que (deduzco) había adoptado con tu protectora antes que yo.
Aún así, continué el proceso: una protectora no es una empresa, seré tolerante con sus errores aunque los considere graves. Y sobretodo, quería tu bienestar a mi lado. Respondí al cuestionario que valoraría mi «idoneidad» como tu «madre de acogida». Porque primero te tendría en acogida y más tarde tu tutela plena (adopción). Quién o bajo qué criterios se valoraría mi idoneidad para cuidarte es algo que no sé.
Entregado el formulario sobre mis capacidades como persona llegaba el momento de valorar mi casa como entorno adecuado para ti. En circunstancias normales, una persona de la protectora habría venido a casa y analizado la adecuación de mi vivienda. Sí, yo decido responder a la llamada de tu protectora para rescatarte y la protectora se mete en casa a ver cómo la tengo.
Pero con el Covid no vendrían, todo se haría por video. Así que grabé videos de mi casa, mi salida a la terraza, las ventanas interiores y exteriores y los envié aún sabiendo que quien las recibía eran las mismas personas que reutilizaban words con datos confidenciales. No importaba, mi voluntad de acogerte seguía siendo tan fuerte que aceptaba cosas que en otras esferas de mi vida no habría tolerado.
Enviados los videos la protectora me informó que debería instalar mallas metálicas de rejilla que cubrieran todo mi balcón. Yo ya planeaba colocar mosquiteras cubriendo la baranda pero la protectora me dijo que eso sería insuficiente y me reenviaron un video. Me pedían instalar una malla de techo a suelo a lo largo de toda la superficie de mi terraza. Esa era una condición de seguridad obligatoria, convertir mi balcón en una gatera para evitar que tú te suicidaras saltando desde el balcón.
Aunque no se considere «obra», una actuación de este tipo en las zonas comunes (como es la fachada y el balcón) requeriría aprobación de la comunidad. «La gente tenemos gatos sin convertir el balcón en una puta portería de fútbol». «Con el Covid las reuniones de la comunidad de propietarios se han aplazado hasta septiembre».
Tres meses. Tres meses para someter a votación si podía poner una malla de reja metálica tipo mosquitera permanentemente en mi terraza durante los años que vivieras conmigo. O si yo fuese a mala fe, durante el proceso de tu acogida y adopción y luego la quitaría. Tres meses. Mientras yo hacía todo el proceso tú, mi pequeña gata de un mes y una semana, seguirías viviendo y creciendo en un refugio de una protectora.
Envié un largo mail a la protectora explicando la imposibilidad de instalar lo que se me exigía. Y recibí una respuesta ambigua donde se me decía que era una absoluta pena pero que las protecciones forman parte del protocolo de adopción. Tu futuro no está conmigo, querida K.
No es fácil dejarte ir. Pero es lo segundo más generoso que puedo hacer por ti. Lo primero habría sido compartir vida juntas. Ahora toca que me deje de acongojar escuchar maullidos o ver videos de gatitos. Pasar el duelo. Y no, no voy a ir a la caza de un cachorro gatuno. Esto iba sobre ti. No sé qué futuro te espera, probablemente (o eso espero) una casa sin balcón, o donde la terraza sea una jaula que se ajuste a los protocolos de seguridad. Ojalá tengas una buena vida llena de ronroneos. Ojalá.
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