Nire «a» organikoa

Nire «a» organikoa

«Zu zara nire a organikoa.»
Esas fueron las últimas palabras que el aitite le dijo a la amama segundos antes de que ella muriese. He escuchado sus historias cientos de ocasiones y siempre se me escapa una sonrisa llena de ternura. Cómo no sentirla hacia aquel hombre que despedía así los últimos latidos del amor de su vida. O hacia aquella mujer cuya hermosura ausente siempre me contempla desde las fotos que cuelgan de las paredes del caserío.

Cuando pienso en ellos, intento alejar la envidia que supone contar preciosas historias de amor que siempre son las de otros, nunca las mías. Dicen que mi abuela era la mujer más hermosa de la comarca y que podría haber escogido al hombre que hubiese querido como esposo. De hecho, así lo hizo, aunque el corazón de la amatxi eligió al (a priori) menos indicado: el joven párroco. Poco se sabe del inicio de aquel romance escandaloso, pero el abuelo dejó su prometedora carrera intelectual en la Iglesia para casarse y colaborar en traer al mundo 11 hijos.

Tengo pocos recuerdos del abuelo cuando era niña. En realidad la Bizkaia de mi infancia, antes del traslado de mi padre a Barcelona, es apenas una niebla indefinida. Recuerdo al aitona como un hombre severo, siempre leyendo. Los domingos, después de misa, nunca faltaba a la cita en el cementerio de Derio. Nunca faltaron las flores frescas en la tumba de su esposa mientras él vivió.

Recuerdo 1993 porque fue el año de mis primeros trabajos como fotógrafa profesional, también el de las últimas vacaciones que pasamos en Euskadi toda la familia. Y las últimas navidades con el aitite. Aún no lo sabíamos pero el cáncer ya se estaba apoderando de él como una enredadera y se lo llevaría un maldito febrero del año siguiente. Guardo como un tesoro el carrete al que pertenece esta foto, la última que le hice. Pero sobretodo conservo nuestro paseo charlando sobre la abuela y aquel temblor en la voz de su melancolía, de su forma de querer y añorar desesperadamente. Aquella emoción se hizo sólida en mi sangre, convirtiéndose en raíz inseparable de mi forma de sentir y entender el mundo: mi «á» orgánica.

Despedidas

Despedidas

– «Cada vez llevo peor las despedidas».
Me envías ese mensaje mientras aún puedo verte subiendo las escaleras mecánicas, dándole la espalda a una ciudad que nos recuerda que las Cenicientas siempre tenemos un toque de queda.
Aguanto la respiración cuando desapareces, soy incapaz de decir nada. Siempre me pasa cuando nos separamos, se me hace un nudo al sentir que ya no piso la misma tierra por la que tú caminas.
– «Escríbeme.» -me dices en un nuevo mensaje- «Escríbeme en la agenda. En servilletas de papel. En folios reciclados del trabajo. En las recetas de la farmacia o en los billetes de 500 euros de esos que nos sobran. En el espejo de tu habitación con el carmín de labios. En la piel de mi espalda con la yema de tus dedos. Escríbeme: en lo que quieras y lo que te venga en gana. Pero no dejes de hacerlo».

Te respondo que si sigues diciéndome esas cosas acabaré por dedicarte una instagramada.
-«¿A mí?» – preguntas añadiendo un emoticono sonrojado.
-«Sí, a Ti.» -te respondo mientras pienso que en realidad no necesitas que te dedique ninguna foto en instagram. Que no te gusta que haga una exhibición de lo que siento por ti ni quieres un hastag en el que te reafirme que conocerte ha sido lo más hermoso y profundo de mi vida. Me alivia que no necesites que reniegue de lo que he sido (y sentido) hasta llegar a ti. Que los únicos fuegos artificiales que te hacen falta son los que hago sentir en tu vientre cuando me instalo en él.
– «Colgaré una foto en la que explicaré lo mucho que te deseo y las cositas que me haces» -tecleo mientras te imagino releyendo el mensaje: abriendo los ojos y luego entornándolos ligeramente mientras te sonríes. Así que, mordiéndome el labio inferior añado:
– «Sí. Lo has leído bien. Que te deseo. Mmmmucho.» Sé que estarás meneando la cabeza, entre la incredulidad y el halago.

Cuando llego al andén suena el móvil. Eres Tú diciéndome que si cuento esas cositas van a censurarme la cuenta de instagram.
– «Y sería una pena»- añades apareciendo de la nada, abrazándome por la espalda y susurrándome que te haga un croquis de lo mucho que te deseo.

Plaza Nueva Bilbao II

Plaza Nueva Bilbao II

Pasa el tiempo y todo sigue envejeciendo en la plaza nueva. También esa sensación de pérdida, de desamparo, íntima y secreta. Sigo viniendo aquí a esperarte, respirando contra mi voluntad, la fuerza va desgastándose como el recuerdo de tu contacto, como mis huesos empeñados en sostenerme. Y un día ya no estaré, y mi hueco en la plaza lo ocuparán niños que juegan a fútbol usando la sombra de lo que fui como portería para sus goles… Ajenos en su euforia a que entre esos postes imaginarios marcan tantos que derrotan a la tristeza que hoy siento

El día D

El día D

Y ahí vas Tú, caminando, sin saber que Aquel (y no otro) iba a ser el día más feliz de toda tu vida. Paseabas tu soledad de pasos cansados. Como sólo se hace cuando se es ajeno a que te espera ese momento en la vida tan hermoso que en el futuro se convierte en el de tu nostalgia. Ese instante atemporal y eterno en el que todo encaja incluso llevando ropa interior con rajita de canela, un puñado de descosidos en el corazón y el imperioso y desconocido deseo de volver a sentir esa sensación

Bilbao

Bilbao

Salió de casa dispuesto a hacer la prueba.

Jamás había aparecido, nunca se habían conocido una fría noche de invierno. Y caminó saboreando lo que habría sido de su vida en los últimos tiempos sin su sonrisa estética, su tiquismiquismo con las palabras, su chicle en la boca, su entrega, su amor incondicional, su angustia, sus cicatrices, su maravilloso sentido del humor, su paciencia, su generosidad, su forma de amar a los que le rodean, de darse a los demás. Su empeño en llenar su vida intentando hacer que lo que les duele y les separa desaparezca.

Paso a paso la sensación de libertad se acrecentaba al sentir las vidas que no había vivido y las que probablemente tampoco viviría. Tal vez en alguna puerta de un colegio le esperaría uno o más hijos que nunca tendría, una mujer experta en guisos riojanos, un libro a medio escribir, eterno erudito en ciernes, una colección de viajes, un puñado de sinsabores rutinarios, de complicidades ajenas en varios idiomas, de cuerpos secuestrados en la parábola gimiente que precede al espasmo. Al girar la cabeza allí seguía, su sombra siempre leal (malabarista casquivana de las siluetas imposibles) silenciosa, insomne, siempre en busca de luz, sin una palabra, ni una lágrima, ni una herida de más.

Plaza Nueva Bilbao I

Plaza Nueva Bilbao I

En la plaza nueva todo es viejo, especialmente mi capacidad de seguir esperándote. Tal vez no vuelvas, quizás nunca viniste en realidad pero sé que en la forma de mis hombros de hombre solo y cansado se dibuja un arco del triunfo donde queda aún la fuerza y la ilusión para seguir viniendo cada día a ver pasar las horas de tu ausencia.

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