Nunca olvidarás el último día de Enero

Nunca olvidarás el último día de Enero

Cada vez que llega esta fecha echo la vista atrás y hago balance. Pienso en cómo he aprendido a estar sola incluso cuando no lo estoy. En cómo vivo con gratitud, rodeada de lo que realmente quiero sin importar (aunque duela) la distancia. Pienso en «mi yo» de aquel último día de Enero y en cómo desde entonces he aprendido a desprenderme de lo que me resta calma, alegría o salud.

He desarrollado alergia al melodrama, ahora prefiero marcharme educadamente y sin hacer ruido cuando lo que tengo no se parece a lo que yo merezco o deseo. Supongo que es lo normal cuando creces y aprendes a diferenciar a las personas que te quieren de las que no.

No, no miro a mi «yo pasado» con superioridad ni busco juzgar a nadie. He aprendido también a responsabilizarme de mis propios errores, a perdonarme y construir una pequeña vida, modesta, agradable, divertida. Siendo yo misma, queriendo como me de la gana, disfruto mucho más de cada cosa: del trabajo, mi familia, los audiolibros, la fotografía, la gente que quiero. Y no merezco menos.

Me cansé hace años de luchar contra mis emociones y me disfruto sienta lo que sienta: triste, enfadada, feliz, ilusionada, decepcionada, cachonda, asustada, medio cegata pero lúcida… Qué descanso gestionar mis emociones sin hipérboles, con calma y cariño.

He aprendido a tratarme con cariño, a respetarme. La montaña rusa de la vida me recordó hace poco que debo valorar las cosas realmente importantes y lo inmensamente afortunada que soy por el amor que recibo, el que inspiro y el que he sembrado a lo largo de mi vida. Siempre he intentado querer bien y que en el balance de mi paso por la vida de los demás la luz gane a las sombras.

Ya no tengo tanto miedo. He aprendido que el Amor tiene muchos tamaños, texturas e intensidades. Me han enseñado a quererme, a sentirme querida, a ser aún más generosa. También que el amor es respeto y aceptación, confianza y lealtad empezando por esa mujer ojerosa y cegata que veo cada mañana en el espejo.

Cuántas cosas han cambiado desde aquel 31 de Enero. Y sé que aún quedan más cambios. Aquí los espero.

Que la vida iba en serio…

Que la vida iba en serio…

No siempre te das cuenta que la vida va en serio. Supongo que por una cuestión de supervivencia no vives con la consciencia permanente que el tiempo pasa. Un día ya no estás en el banquillo de los suplentes. Un día despiertas y no eres tú quien escribe la carta a los Reyes ni quien ve la función desde la segura oscuridad de la platea. Un día el soplo de la vida te susurra bajito que abras los ojos, que eres tú quien está en el escenario, quien sostiene la mano de otros, quien es referencia.

Un día, sin fecha en el calendario ni motivo aparente, descubres que en tu cuaderno de bitácora hay reflexiones sensatas inspiradas en (cada vez más) hechos reales. Sin pedirlo te has convertido en la generación que acompaña a otros (menores y mayores) en los momentos de dificultad. Estás en hospitales, en decisiones, descalabros emocionales o pequeños dramas escolares.

Y, sí, que la vida va en serio lo reafirmas cuando repasas los álbums de fotos de otros tiempos (no tan lejanos) y cada vez hay más ausencias. También cuando ahora eres tú quien cura las heridas, pone las pomadas y sabe los remedios. Ahora es tu sombra la que cobija a quien debe ocultarse y tu Luz la que puede inspirar a quien te rodea. Y te llegan sin avisar las cosechas de años sembrando recuerdos, inspirando emociones, acompañando vidas.

Tal vez 2020 haya sido para muchos «ese» momento en el que darse cuenta que la vida iba en serio. Yo acabo el año verbalizándomelo a mí misma acongojada, con melancolía, con incertidumbre, con responsabilidad. Mis centros de gravedad ya no son titanes, ni me ponen mercromina en el corazón ni -aunque quieran hacerlo- me libran de todo mal ni yo puedo librarles a ellos. Y puede que precisamente por eso ahora son más superheróes que nunca. Aprendo que en algunas fragilidades hay una fortaleza incalculable, una lección impagable de amor y vida.

Quizá lleve años preparándome de alguna forma para estar aquí en este momento. No, no he pedido ser titular de este equipo ni sé cuándo debuté en esta competición. Pero ojalá esté a la altura de esta camiseta.

Serenidad

Serenidad

Si tuviera que hacer la redacción escolar de cada año sobre «mis vacaciones» empezaría diciendo que este no es el verano que imaginé. Tampoco sabría con qué quedarme. Quizá con algunas charlas legañosas por la mañana. Con muchos mensajes y conversaciones que mantengo a diario con la gente que quiero. Algunas empiezan cuando aún tengo puesta mi mirada borrosa de cegata insomne y siguen durante los desayunos de «pà amb tomàquet» y Cacaolat frío…. y acaban en buenas noches.

Podría redactar crónicas de pequeños desastres y grandes risas. Describir el contraste de paisajes que me llegan desde el azul del mar siciliano al Norte siempre fresco y esperándome. Detallar mi nostalgia de mar y de agua, de aeropuertos y maletas. De palabras, reencuentros y besos.

No, no es el verano que intuí que sería. Ni este es el sitio perfecto y acogedor desde el que iba a fotografiar la playa con una manta de estrellas besando suavemente el agua. Pero tengo unas cuantas fotos en las que miro de frente tras mis gafas de sol con una sonrisa que reconozco como mía pero que en realidad es de quien la inspira.

No, este no es el verano planeado ni he vuelto a ver luciérnagas. Pero mi risa nace desde dentro y la calma envuelve mi voz. Quizá porque tengo un buen puñado de conversaciones divertidas, profundas, tiernas. También hay abismos, ausencias, injusticias, tristezas y desgarros. Pero aún tengo ganas de morder la vida por los bordes y en el centro. Siento una extraña seguridad, como si la serenidad, el afecto, la alegría fueran conceptos infinitos que llevaba dentro y ahora se despliegan ante mí y abrigan al que se acerca. Y es un modo de celebrar(me) todos los días, sin prisa, sin miedo.

Y pase lo que pase, estoy haciendo lo correcto. El mundo quizá está en ruinas, lleno de egoístas, de locos… pero yo sigo queriendo, cuidando, compartiendo, acompañando, protegiendo, respetando, escuchando. Paciente. En calma.

Me quedo con todo eso y lo escribo aquí para no olvidarlo.

A ras de cielo

A ras de cielo

«Una cosa más»- así acaba tu último mensaje- «mi amor, hace tiempo que no publicas nada».

Me dices eso Tú, la persona que más palabras mías tiene a diario. Las escritas de frente y las clandestinas. Las susurradas al teléfono, las reídas (y lloradas) en videoconferencia, las palabras pegadas entre líneas, las derramadas entre mis dedos y las tatuadas en las pecas de mis labios.

Me cuesta escribir últimamente, tienes razón. Mantengo esa dulce serenidad confinada -un poco apática- de la que te he hablado últimamente. Me he hecho más adulta de lo que creía y no precisamente por cómo las tetas van sucumbiendo a las leyes de la gravedad… sino porque he dejado el melodrama para las películas. Y he aprendido que no hay mayor paz que la que consigo darme a mí misma. Qué triunfo. Qué fuerza.

No, no me he tragado un frasco de Amorosín y mantengo mi alergia a Coelho. Mi calma serena no es sinónimo de período feliz. Hay sufrimiento y miserias en el mundo y echo de menos la otra placidez, aquella de la ingenua invulnerabilidad del vuelo de las luciérnagas de mi infancia. También añoro la paz de la risa y las voces de mis ausentes.

Y sí, echo de menos los aviones, los calendarios cargados de fechas marcadas con tu nombre, los mordiscos impacientes de ese futuro de besos, carcajadas, abrazos, y más sexo del confesable pero menos del necesario. Sí, ahora mismo he conseguido sonrojarte como hago en esos silencios cuando nos dibujamos con los dedos las facciones, comemos chocolatinas, nos hablamos en voz baja, dormitamos y amueblamos esa casa en el fin del mundo que un día quizá nos pertenezca. A ti y a mi.

Me emocionan los años siendo capaz de contarte lo que no le dije nunca a nadie. Y esos “joder qué preciosa eres” sin importar ojeras, greñas, si es recién salida de la ducha o con la luz legañosa y el aliento tóxico al despertar. Y coleccionar charquitos que te recuerden que el cielo me recuerda a ti y hay cielo en todas partes. Y es que en esta ciudad hay cielo incluso a ras de suelo.

Preguntas confinadas

Preguntas confinadas

– «¿Volveremos a ser libres?¿Nos cogeremos de la mano sin guantes, sin miedos?». – te pregunto.

– «Sí. Y volveremos a lamernos, a abrazarnos, a besarnos con lengua y a encontrar alivio en nuestras bocas. Volveremos a vernos con los ojos llenos de ausencias y la mirada llena de cicatrices. O viceversa. Y nos sentaremos en los bares, me dirás cosas que me harán reír, volveré a decirte “te quiero” en varios idiomas, con la voz, con las manos, y te comeré con ganas ese lunar que tienes cielito lindo… Y luego te veré caminar por las calles con la cámara colgando del cuello, pensativa y feliz como sólo estás después de jugar con la luz y robar soledades a las que arropar con palabras.»

Leyéndote pienso en las soledades de mi familia, en cuánto quiero volver a abrazar a mis sobrinas, a mis padres, a mi tía. A que son mi tesoro de futuro y vida… tu siguiente mensaje parece intuir mi congoja y llega al rescate

– «No te librarás de mis visitas al baño mientras estás tú para hablar de pedos y cantar el «Lady Lorzas abrázame fuerte Lady Lorzas». Podré coger aviones y llegar a ti. Y querré comer el helado en la curva de tu espalda, justo junto donde escribí el último mensaje con la yema de mis dedos y el rastro de las pecas de tus labios.»

Me imagino corriendo y dando saltitos al verte. Casi puedo sentir ya el viento del Norte en mi sonrisa mientras me cuentas leyendas de marinos derrotados por los peces cosquilleros. Y enredaré mis dedos en tu pelo mientras divago y tú entrecierras los ojos un segundo en el que me siento obscenamente feliz.

– «Volveré a decirte cochinadas bonitas, más y mejor de lo que ahora hacemos frente a móviles y ordenadores. Y te oiré decir “cómo te echo de menos, joder”. Pero está vez será en pasado y escucharé el sonido de cientos de nudos deshaciéndose en tu garganta. Volveremos a todo eso, lo sé. No sé si más fuertes. Tampoco sé si mejores. Pero con el corazón tiritando de euforia por la alegría en el reencuentro.»

Leyéndote siento que sí, que volveremos a ser todo lo libres que un ser humano puede ser. Y no, no me asustará serlo.

Cambio de estación

Cambio de estación

Los viejos Druidas estaban convencidos que cada hombre y cada mujer lleva en su interior un árbol. En las oscuras noches de invierno solían reunir a los niños junto a la fogata y les contaban leyendas sobre el ciclo de la vida.

Se nace de una semilla, creces y te ramificas dando vida a nuevos frutos que serán a su vez semillas para las siguientes generaciones. El árbol interior nos conecta con la Tierra y nos recuerda que estamos unidos con nuestras propias raíces (nuestra familia y entorno) y que formamos parte de un bosque. También que a medida que pasan las estaciones vamos perdiendo hojas, llegan otras y con ellas la lección que nos invita a recordar que estamos en constante evolución y que siempre podemos empezar nuevos ciclos de vida. Y poco a poco nuestras ramas serán tan altas que podrán tocar el cielo.

Me gustan estas viejas leyendas sobre árboles. Me hacen pensar en los almendros y parras de las que mi niñez aún pende despreocupada, observando atardeceres en Montserrat. También en aquellos años teníamos el Pino más alto y unas cuantas higueras a las que trepaba mi titán estibador. Con el colegio jugábamos en los troncos de los árboles del Miramar (que ahora sé que tienen un precioso nombre en catalán: «Bellaombra»). Me enamoré de un sauce llorón en un Kibbutz de Israel. Y años después lo hice de quien puso mi nombre a una acacia, aunque hace tantos años que parece que fuera en otra vida y probablemente lo fue.

Me gustaría tener línea directa con la Druida Púrpura y contarle que he dejado caer las hojas que ella me enseñó a utilizar hace 19 años. Darle las gracias por su guía y decirle que jamás renegaré de la que ha sido durante años la corteza que nos ha nutrido profesionalmente. Y es que sin ella alrededor tampoco me apetece ya moverme entre esa hojarasca, me dolería demasiado su ausencia.

Mañana empieza una nueva estación para este árbol raruno y sensible. Le brotarán nuevas hojas y me ramificaré otra vez. Empezar de cero siempre da vértigo pero con las palabras juego en casa, llevan toda la vida siendo mi refugio y mis aliadas.

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