Doctor No

Doctor No

No sé cuándo se fijó en mí el Doctor No. Hace tiempo que he dejado de preguntármelo. Igual que también he dejado de cuestionarme porqué hay heridas que nunca acaban de cerrar, especialmente las que no son físicas. La del vacío que supone ser el único niño de clase al que en el patio del colegio le dicen que ya están llenos los equipos para jugar el partido de fútbol del recreo aunque los grupos sean impares. Al que nunca invitaban a fiestas de cumpleaños aunque siempre lo esperase conteniendo la respiración. Recibir como respuesta sistemática las mismas dos letras. “No, al final no iremos al cine este sábado” aunque nos oirás comentar lo bien que lo pasamos en el pasillo del instituto el próximo lunes. No. “No es por ti, es por mí que no estoy preparada para una relación” aunque me encuentres cabalgando en el asiento posterior del coche de otro. No. “Lo sentimos, pero no podrá cursar estudios en nuestro centro universitario si no abona el importe de la matrícula al no reunir las condiciones para obtener una beca”. No. “Ya hemos encontrado camarero pero aún no nos ha dado tiempo a quitar el anuncio de la puerta.” No. No. No. El mundo es un enorme tablero donde todos parecen conocerse y formar parte de un juego cuyas reglas te han sido negadas una y otra vez. La sensación de dolor que eso producía, como si de una llaga se tratase, fue creciendo sin que supiera combatir la infección. Quizás por eso salí a las calles en busca de no sé bien qué,  tal vez un sello en mi pasaporte. Empecé a evadirme del Doctor No con alcohol y drogas pero el padecimiento no se alivió. Al contrario. Perfeccioné el arte de la derrota convirtiéndome en un minusválido social. En la calle tampoco encontré precisamente una patria en la que sentirme ciudadano de pleno derecho. Sentí la misma emoción de siempre pero amplificada por el tetra-brick: la de ver cómo la gente cruza de acera para evitarme o se agarran los bolsos en el vagón del metro cuando pasas por su lado. Ser un apestado para todos excepto para el Doctor No, aunque nunca le preguntaré si me quiere porque no soportaría su respuesta.

Mirando al mar

Mirando al mar

Lo encontré practicando el atávico juego de ser estatua de ojos grandes. Estremeciéndome al reconocer mi soledad en la de otro, espejo polimórfico, donde reflejar el corazón caleidoscópico: certeza que es real y que es mito. Frente a unas olas que embisten, observando el horizonte y soñando con él. Hay una mujer sola que te mira sin ser vista, cámara en mano. Y que desea que nunca nadie agreda tu soledad, tu tristeza, tus renuncias, tus nostalgias, tus esfuerzos, tu desesperanza, tu lucha, tus posibles alegrías, tus sueños.

Tu nombre

Tu nombre

Homeless but not Nameless. Esta imagen de un muro con el texto «tu nombre» y una persona sin hogar durmiendo al sol me ha hecho pensar en cómo se despersonaliza a la gente cuya vida se ha roto y vive en la calle. Y tal vez ese sea un sencillo paso para salir de la invisibilidad, para dejar de ser a ojos de los demás poco más que mobiliario urbano inadvertido o molesto. La reafirmación de autoestima y dignidad que encierra un nombre, una historia, la capacidad de seguir reconociéndose y siendo reconocido por los demás. No hay abracadabras ni panaceas universales (ni en esto ni en nada) pero desde hace años me inspira la obra de Emmanuel Lévinas, que observó que la base de la violencia en la sociedad occidental era el interés, ya que resulta imposible el poder afirmarnos todos, por ello advirtió que este inter-és debíamos convertirlo en des-inter-és, es decir, debíamos de ponernos en el lugar del otro sin esperar nada a cambio. Debíamos, por consiguiente, ver más allá de nosotros mismos; aceptar que somos, animales cívicos, sociales; aceptar que a mi lado se encuentra el Otro, gracias al cual soy yo quien soy… y que desde el momento en que el Otro me mira, yo soy responsable de él sin ni siquiera tener que tomar responsabilidades en relación con él; su responsabilidad me incumbe. La filosofía no empezará en el yo, sino en el Otro. «¿Cuándo soy yo? Cuando otro me nombra, si nadie nos nombra no somos nada.

La caja de Pandora

La caja de Pandora

De niña me impresionó el mito de la Caja de Pandora conteniendo y liberando las peores calamidades para los seres humanos: enfermedades, guerras, terremotos, hambres,…Aún hoy, cada vez que un ser humano abre un contenedor de basura para buscarse la vida, se destapa una caja de Pandora y corren libres la indiferencia, la desigualdad, el desarraigo, el egoísmo y la injusticia. Eso sí: siempre al fondo, pugnando por salir, nos queda la Esperanza.

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