por Emilia | Abr 18, 2017 | color, Madrid, micro relatos
Cuando era pequeño admiraba a mi vecino más que a los Reyes Magos. Y es que desde mi primera cabalgata me había acostumbrado a ver cómo sus Majestades de Oriente se inclinaban ante él y le abrazaban con afecto. En mi imaginario infantil, nuestro vecino era el Jefazo de los Reyes Magos. No había mayor ni mejor trabajo que ese. Puede que para el resto de ciudadanos ser alcalde tuviese menos glamour, pero a mí me fascinaba que viniera a casa a comer.
Recuerdo que Don Enrique murió en domingo. Lo vimos salir en en una camilla el miércoles, dice la crónica oficial que después de sufrir una caída en el cuarto de baño de su casa. Aunque luego escuché a mi padre decir que había sido el tratamiento para el cáncer de colon y no la caída lo que le había matado. Escondido detrás del delantal de mi madre la escuché hablar con su mujer.
– “Mi Enrique se me va” -se despidió doña Encarna entre lágrimas antes de ir hacia la ambulancia que les llevaría a la Clínica Ruber.
El estado de Tierno Galván se fue agravando hasta entrar en coma profundo. Sus constantes vitales fueron mermando sin que los médicos pudieran hacer nada, por expreso deseo del enfermo. Mi madre contaba que le había oído decir que no quería ni sueros ni tubos, que él no iba a morir como Franco.
Aquella noche mientras Madrid se quedaba sin su alcalde y mi vecina perdía al amor de su vida yo caí enfermo. Dicen que pasé una semana en la cama con fiebre, delirando y llamando a gritos a Don Enrique, pidiéndole que no se fuera. Yo no lo recuerdo, pero sí que cuando me puse bueno vino a verme doña Encarna.
– “Siempre que pasees por Madrid abre bien los ojos del corazón y le verás en todas partes de esta ciudad.”
-“¿De verdad?” -le pregunté asombrado.
-“De la buena, nunca te mentiría en algo así” -sonrió doña Encarna.
Treinta años he tardado en cruzarme a Don Enrique por las calles de Madrid. Y en reconciliarme con la sabiduría de aquella mujer de mirada bondadosa y alma rota.
por Emilia | Abr 5, 2017 | blanco y negro, Madrid, micro relatos, soledades robadas
Me gusta cómo gestionas mi provincianismo cosmopolita. Porque a veces me olvido que vengo de una ciudad que han convertido en un parque temático para turistas. Y, como Abril ya es época de polinización de guiris en Barcelona, no me parece normal que un lunes a las once de la mañana los pasillos del metro de Madrid esten casi vacíos.
Al otro lado del teléfono me dices:
– «Estarán todos trabajando.»
Y así, de esa forma tan pragmática (y tan tuya) me devuelves a la realidad. A ese mundo en el que consigues que mis pasos no vayan a la deriva y que le sonría al móvil. Que no me avergüence decirte que imagino que me puede asaltar un grupo de pandilleros vestidos como en el videoclip Bad de Michael Jackson. O, peor aún, que me encuentre en los pasillos del metro a uno de esos zombis que te comen el cerebro. Políticos, les llaman. Y en Madrid hay muchos.
Hago la foto mientras hablamos. Se me escapa una sonrisa. Porque Tú sabes que la editaré en blanco y negro y yo sé que Tú me refunfuñarás diciendo que le ponga más color a mi galería. Adoro nuestros códigos. Y cómo dejas que me adentre en la soledad de otros, siempre pendiente por si tienes que rescatarme de esos naufragios que nunca me son ajenos.
por Emilia | Mar 27, 2017 | blanco y negro, in memoria, Madrid, micro relatos, soledades robadas
Aún sigo encontrándote en casi cada esquina de esta ciudad. Me topo contigo en este acento que es y será siempre el tuyo aunque venga de otras voces. Entorno los ojos y nos veo; éramos tan jóvenes y estábamos tan llenos de sueños. Te recuerdo prometiéndome que ganarías el premio Planeta. Y a mí adorando tu ingenio, tus gestos, tu inteligencia. Todo parecía entonces tan posible que nada malo podía pasar. Todo era nuevo. Todo estaba por escribir.
Un día el mar, mi mar, se convirtió en la personificación del espanto y la miseria. Un ladrón egoista. Y yo fui cobarde. No me atreví a volver a tu ciudad para enterrarte. Dolía demasiado despedirme de ti. Y me quedé en la cuneta de aquel viaje que no hice. Ya no he podido y sabido regresar. Desde entonces Madrid (o lo que significa para mí) está anclada en una edad de hierro en la que camino a tientas, siempre buscándote, siempre añorando hablar contigo.
Ya ves, pasan los años y sigo sin saber despedirme de ti. Y a estas alturas ya no voy a aprender. Es de las pocas certezas que tengo claras, como que el Metro de Madrid va al revés y que seguiré queriéndote el resto de mi vida.
(A Nacho. Siempre). Madrid 27 de Marzo de 2017
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