por Emilia | Nov 29, 2016 | color, micro relatos, noruega
– «Cuando Thomas Alva Edison conoció a Nanna Sørensen él tenía treinta y seis años y ella cuarenta y dos.»
Así empieza siempre su relato Arvid Dahl cuando conduce al grupo de turistas al interior del restaurante de su primo.
-«Nanna» -prosigue- «era una mujer hermosísima y misteriosa. Nadie conocía gran cosa de su biografía, más allá que decía ser hija de aristócratas noruegos y se había casado con un rico industrial norteamericano. Enviudó poco después y se hizo una habitual de las cenas de gala de la alta sociedad. Fue precisamente en uno de esos eventos en 1879 cuando coincidieron y él se enamoró perdidamente.»
Este punto de su relato, piensa siempre, es crucial para que todos olviden que les ha preparado una encerrona llevándoles al restaurante caro de su pariente y llevarse una comisión por comensal. Así que se recrea en cómo Thomas observa embelesado el rizo que cae sobre la frente de Nanna mientras ella explica a sus invitados que en las sagas escandinavas no hubo nadie más sabio, querido y bondadoso que Balder. Era el Dios de la Luz y la Verdad y además esposo de la diosa Nanna a quien ella debía su nombre. Uno de los principales cometidos de Balder era ofrecer, uno a uno, a todos los mortales la respuesta a los grandes misterios de la existencia. Esa noche, completamente hechizado por su relato, Edison se acercó a Nanna y le preguntó qué milagro debía realizar para ser su Balder.
Dicen que Ella le observó fijamente y le dijo que, tal y como sucedía en la mitología nórdica, simplemente debía entregar a cada ser humano la solución al gran enigma de la vida.
– «¿Cuál es?»-preguntó él.
-«Que el corazón del Hombre es frágil como el cristal pero en su interior se atesora la llama más poderosa, ésa que si no vemos estamos a oscuras»-respondió Nanna-. «El dia que pueda ver entre tus manos ese milagro, ese día, seré tuya.»
-«Edison tardó apenas un año en finalizar el invento de la bombilla e hizo llamar a Nanna para que asistiera a su presentación mundial. Al acabar el evento la vio entre el público, era tan hermosa (o más) como la recordaba. Aunque sus gafas de sol y su bastón blanco le hicieron comprender lo cruel que estaba siendo el destino. Se acercó a su musa y, poniéndole en la mano una bombilla parecida a esta» -añade el guía mientras señala una suspendida en el comedor-,»cuentan que le susurró: te entrego como prometí la llama encerrada en un cuerpo de cristal, metáfora de la fragilidad y fuerza del ser humano. Maldigo mi suerte porque al no poder verla tú, no puedo cumplir con nuestra promesa y no podrás ser mía.»
Nanna besó suavemente la mejilla del inventor y le contestó en noruego: lo que importa es que Balder sigue entregando la Luz a los Hombres.
¿Que no cuela que la bombilla tenga orígen Noruego? -piensa sonriente Arvid mientras recoge su comisión en el restaurante. Al fin y al cabo, la emoción que siembro en ellos, se dice, es mucho mejor que decirles que Edison robó la idea a Joseph Wilson Swan o que mi primo sirve salmón congelado.
por Emilia | Nov 28, 2016 | barcelona, blanco y negro, micro relatos, soledades robadas
Ahí estás. Nos separan apenas unos metros. Aunque probablemente en realidad estás lejos, en tu propio universo de memoria desdibujada y no en las calles de esta ciudad. Hace un semáforo me he topado con tu mirada infantil aún luminosa pese al glaucoma y tus párpados hundidos bajo unas cejas despeinadas.
Me has mirado pero me he sentido transparente porque parecías no verme. Ahora observo fascinada tus manos de titán, tus uñas largas y tus venas marcándose bajo la piel pecosa. Ese gesto de manos cruzadas en la espalda que he visto repetido en cientos de ancianos a lo largo de mi vida. Titubeas un segundo. ¿Sientes miedo y desorientación? ¿Qué o a quién buscas? ¿Cuál es tu destino? ¿Vuelves a disfrutar la sensación de libertad de tu juventud, mucho antes de emigrar, de luchar en una guerra absurda en la que saliste derrotado, de perder dos hijos y a tu mujer? ¿De qué escapas? ¿Acaso en un momento de lucidez quieres desaparecer y no ser una carga para los tuyos? ¿Te pesa, como a mí, la vida? ¿Estás cansando? ¿Te duele algo? ¿Habrás comido? ¿Hay alguien buscándote, echándote de menos en casa, pensando en la medicación que no has tomado hoy? ¿Veré tu imagen en las redes sociales junto a un texto que diga “Perdido”? ¿O todo es mucho más mundano y menos poético, sin el tamiz de la ternura que siento al proyectar en ti la imagen de mi abuelo durante aquellas horas de 1987?
Reemprendes tu camino justo cuando hago click, como si hubieses estado esperando a que disparase. E intento memorizar tu respiración, pareces estar bien, tranquilo. Guardaré esa foto por si dentro de 30 años me topo con la nostalgia de tu nieta enviando un mensaje a través de quién sabe qué formato. Tal vez verá tu imagen y te reconozca, como haría yo con Él incluso estando de espaldas. Y podré decirle: sí, aquella mañana mi historia y la de tu abuelo se cruzaron durante un breve trayecto. Estaba tranquilo, disfrutaba del sol, parecía feliz. Ojalá alguien me pudiese regalar eso y decirme que esas horas de su vida fueron serenas como deseo imaginarlas: ajenas al frío, al hambre, a la tristeza y al desamparo
por Emilia | Nov 25, 2016 | barcelona, blanco y negro, micro relatos, soledades robadas
Una siempre vuelve a los lugares donde amó y fue amada, sin importar que el tiempo nos haya envejecido. Porque aspiramos a que aún flote en el aire algo de lo que fuimos y sentimos. Y quede algo de nosotros en la memoria de las piedras.
por Emilia | Nov 23, 2016 | barcelona, blanco y negro, micro relatos, soledades robadas
Recuerdo sus besos de despedida cuando se iba a la peluquería y me dejaba en casa con Él. Pórtate bien, mi vida, vengo en un rato. Inmediatamente me convertía en un ser invisible, jugando sin hacer ruido mientras mi padre escuchaba la radio o leía el periódico. Vivíamos esas horas de su ausencia ajenos a que probablemente aquellos eran los únicos momentos de la semana que realmente le pertenecían. Allí, entre revistas del corazón, seguramente era de nuevo Ella: no la madre, esposa, hija, nuera, ama de casa… Sólo Ella.
Cuando caía una tormenta imprevista mamá llamaba desde la Peluquería. ¿Me venís a buscar con un paraguas? No quiero que se me estropee la permanente. Entonces Papá y yo salíamos de casa mientras él mascullaba algo sobre lo poco que cuesta llevar un paraguas. No he vuelto a ver nada tan precioso como a mi madre cuando salía de la peluquería y nos veía esperándola con su paraguas.
Eso fue antes de la fiebre y los dolores de cabeza. Antes de que no le hiciera falta ir a la peluquería. Antes de que yo aprendiese que mama significaba (además de madre) una cosa mala de la que todos hablaban en susurros a mis espaldas. Antes de que tuviese tiempo de aprender a escribir su nombre o a leerlo escrito en piedra.
Nada volvió a ser lo mismo. Seguí siendo invisible para mi padre. Y Él se fue desdibujando sin darse cuenta que faltaba aquella magia silenciosa que convertía en épico lo cotidiano. Con los años mi familia fueron los chicos del barrio, la música y los libros. Sin más futuro que el inmediato, sin más cobijo donde refugiarme en los días de lluvía que esperar con el paraguas el milagro de verla salir radiante de la peluquería. Y caminar hacia casa, muy juntos, mientras me mira y al hacerlo me hace ser mucho más que una sombra a contraluz.
por Emilia | Nov 20, 2016 | barcelona, blanco y negro, micro relatos, soledades robadas
-«¿Dónde vas tú tan solita caperucita en esta noche tan oscurita con la cestita tan cargadita?».
Ella le miró fijamente. Quién habría sido el gilipollas que, encontrando al único lobo con la capacidad de hablar en todo el planeta, había decidido enseñarle a decir todo en diminutivo. Aunque, pensó, tal vez es iniciativa suya hablarme así. Igual se cree que soy aún una niña y no sabe que hace años que me afeito las piernas y que tengo más muescas en la cartuchera que pelos tiene el lobo en su cuerpo.
Dudó si decirle la parte del guión que esperaba que le dijera, aquello de que iba a casa de su abuelita que está muy malita. Porque si, la abuela era diabética y se ponía tibia de insulina pero bien que le daba unos euros para que le llevase polvorones y mantecados a escondidas de todos. El lobo seguía alli con sonrisa de pánfilo esperando su respuesta. Por un momento pensó en decirle la verdad: vengo de donde no deberia ir, de estar con quien no puedo ser vista a la luz del día, de sentirme entre sus brazos la princesa del cuento sabiendo que a medianoche se romperá el hechizo. Vengo con el corazón encogido, con la misma angustiosa soledad que han sentido todas las amantes de la historia desde que el mundo es mundo. Le acarició el lomo y reemprendiendo su camino callejón arriba le susurró: «hoy no, lobo, hoy no.»
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